Todas las mañanas tomo el metro para llegar a mi trabajo. Pero antes de eso tengo que hacer fila en la micro… ya saben, la vida de una Godinez. La onda es que no me da tanta flojera, porque desde hace meses, hay un chico que también hace fila y además de que está guapísimo, siempre me saluda con una de esas sonrisas coquetas que me hacen sentir mariposas en el estómago.
La onda es que les mando este relato porque me pasó algo que tienen que publicar… por eso no pongo mi nombre, ¿eh? Resulta que estaba en la fila de la micro, cuando de repente, un carrazo se orilló a un lado de donde estaba y que suena el claxon. Primero no volteé porque, neta, no conozco a nadie con coche así de cool… pero volvió a sonar el claxon y entonces ya vi que era el chavo de la fila… Me dijo que me subiera, que me daba un aventón… No lo pensé dos veces y que me subo.
Tuvimos la típica conversación de “Ay, gracias, qué lindo, ¿cómo te llamas?”. Me dijo que me había estado viendo desde hace tiempo y que le gustaba, pero no sabía cómo acercarse a mí. Después me platicó que, aunque ese día no tenía que ir a trabajar, había pensado que darme un aventón era una buena táctica para conocerme. Me preguntó si tenía tiempo para un café, y aunque tenía que llegar al trabajo, decidí tomarme el día libre también.
Se supone que íbamos por ese cafecito, pero en el primer semáforo, este chico lindo rozó mi pierna suavemente (como para meter primera o algo así); inmediatamente sentí cómo un calorcito me recorría y cuando menos lo pensé ya nos estábamos besando salvajemente mientras los autos detrás de nosotros comenzaban a avanzar. Fue entonces cuando me dijo que su oficina estaba vacía y que tal vez ahí podríamos tomarnos ese café más tranquilos.
Llegamos a un corporativo inmenso y subimos por el elevador hasta el 9no. piso, me guió hasta su oficina y mientras encendía la cafetera me dijo que me pusiera cómoda. Se sentó a mi lado en un gran sillón de piel color chocolate y comenzó a acariciarme el rostro… Se me puso la piel chinita y el corazón a full. Poco a poco me desabotonó la blusa y yo le ayudaba a quitarse el cinturón. Su piel morena estaba chinita también; sus manos rodearon mis pechos; acariciaron mis pezones, y yo deslicé las mías hacia su erectísimo miembro que ya me moría de ganas por conocer. Cuando se quitó el bóxer y yo quedé en ropa interior tengo que decir que quedé sorprendida… es que una nunca espera encontrarse con esas… “cosas tan interesantes en la fila de la micro”…
Antes de que yo procediera a degustar tan deseado manjar, me dijo que me sentara en el sillón, me quitó la ropa interior y se perdió entre mis piernas para saborearme… qué les digo… me hizo ver estrellitas, y mientras hacía eso, jugaba con mis pezones… yo estaba en el verdadero éxtasis. Después él fue quien se sentó en el sillón y me pidió montarlo… no sé si fue la emoción del momento, la postura o el hecho de que me estaba comiendo a un total desconocido, pero tuve el mejor de los mejores momentos de placer de mi vida entera. Los ojos se me cerraban solitos, mi cuerpo entero estaba vibrando; y mientras yo estaba ocupada disfrutando, él se movía despacio como para dejarme gozar sin interrupciones…
Después me hizo poner de espaldas, ya saben montadita sobre el sofá… acarició mis nalgas, sentí su lengua recorrer mis muslos… y entonces… sin esperarlo tampoco, sentí sus deditos estimulando mi… ya saben… zona trasera… primero tenía miedo, después comencé a sentirme muy a gusto… poco a poco se fue deslizando dentro de mí, jadeaba despacito, podía sentirlo tan firme… pensé que me iba a doler tanto… pero cuando estuvo totalmente colocado en su posición, una inmensa descarga eléctrica se apoderó de mi cuerpo entero y volvía tocar el cielo, por lo menos tres veces más antes de que él terminara sobre mí… ¡Se los juro, descubrí el paraíso!
Después me hizo voltear hacia él, me dio un beso largo y delicioso, me llevó de vuelta a mi casa y se despidió… ¿Adivinen a quién le dan un “aventón” dos veces por semana?