¿Alguna vez les ha pasado que piensan que conocen a alguien, pero llega un momento de locura y ya nada es lo que parece?… Bueno, pues a mí ya me pasó. Y fue tan intenso, que se los tengo que platicar.
Mi nombre es Andrea, vivo en CDMX y tengo 24 años. Hace unos días, recibí una llamada de Carmen, mi mejor amiga, que me pedía que fuera por ella; se había quedado sin coche y tuvo que pasar la noche en un hotel. Me dio la dirección, y salí a encontrarla. Al llegar al lugar, me di cuenta de que se trataba de un Hotel que tenía muy buena pinta y subí hasta su habitación.
Cuando Carmen abrió la puerta, una atmósfera cachondísima en tonos rojos me dio la bienvenida. Cadenas sosteniendo la cama, un jacuzzi para morirse, una enorme equis colgada contra la pared… me le quedé viendo a Carmen, quien sonriente, sostenía una copa en su mano… “¿Esto qué?”, le pregunté… y ella sólo me dijo… “Es que dicen que es una de sus mejores habitaciones…”
Mientras Carmen me ofrecía una copa, me pidió tomar asiento. Carmen siempre ha sido un poquito rara… pero esa noche, estaba de lo más extraña… me miraba como si me quisiera decir algo, pero, sobre todo, no dejaba de sonreír. Ahí, a la luz de la habitación, en esa atmósfera hecha para la pasión… mi mejor amiga se veía… ¿cómo se los digo?… buenísima…
Seguimos bebiendo un poco sin que ella me explicara nada. Pero poco a poco se acercaba más a mí, y llegó un momento en que sus manos acariciaban mis rodillas… se hincó frente a mí para quitarme los zapatos. “Quiero que estés cómoda, amiga”. Y después me dio un rico masaje en los pies, mi cuerpo estaba sintiendo algo nuevo… las caricias de mi amiga me estaban excitando… pero no opuse resistencia. Entonces Carmen fue subiendo poco a poco sus manos, acariciando suavemente mis muslos, besando mis piernas… pronto sus manos se encontraron con mi ropa interior… la hizo a un lado, y sus dedos acariciaron mi clítoris… “Carmen, Carmen, ¿qué haces?”… Ella no respondió, en cambio, me penetró muy despacio con sus dedos y yo sólo cerré los ojos.
Pude sentir su cuerpo, ahora desnudo, posarse sobre el mío. Mis manos sintieron sus caderas suaves apretándose contra las mías, sus pechos frotándose contra los míos… su boca encontrando la mía… nos besamos con hambre de una sensación que al menos yo, no había experimentado nunca.
Entonces Carmen comenzó a desnudarme. No hacía falta hablar. La luz roja dibujaba sombras en nuestras pieles. Carmen me tomó de la mano, y caminamos hacia la gran equis de la pared. Con todo el cuidado me ató con las cadenas, separó mis piernas que también quedaron inmovilizadas, y besó mi cuello. Entonces tomó un plumero del tocador, y lo deslizó por todo mi cuerpo causándome cosquillas que lejos de hacerme reír, provocaban que me humedeciera aún más.
Con la punta de la lengua jugueteó con mis pezones; los lamía, mordía, chupaba, su cuerpo se acercaba al mío, su pubis se frotaba contra mis piernas; sentía su calor, me hacía vibrar con sus manos tocando cada centímetro de mi piel. Yo estaba temblando, prendida, nerviosa, con miedo. Entonces me liberó, me tomó por el cabello y me mordió el hombro. “No sabes cuántas ganas tenía de hacerte esto”… Me llevó hacia el Potro del amor, hizo que me pusiera de pie y me sostuviera de las agarraderas que estaban suspendidas del techo; entonces su lengua volvió a bajar hacia mi entrepierna, pude sentir cómo separaba mis labios con sus dedos, la sensación se volvía más intensa, y luego, me penetró con un dildo grueso que tenía a un lado del potro; mientras lo hacía, sus dedos acariciaban mi zona trasera. Quería gritar de placer, quería hacerle todas esas cosas que ella me estaba haciendo. Fue entonces cuando lo pidió: “Quiero que goces conmigo”.
Bajé del potro, la lancé sobre la cama, la até a los postes, con brazos y piernas bien abiertas, y comencé a descubrir su piel con mi boca. Era tan suave, sus pezones estaban duros, su sexo húmedo y caliente; la besé una y otra y otra vez. Ella gemía, jadeaba, decía mi nombre. Encontré un pequeño látigo colgado frente a la cama, la puse de espaldas y comencé a azotarla despacio con eso. Ella gritaba de placer. “Más, más”, sus nalgas temblaban ante cada golpe, después comencé a azotarla con mis manos, a acariciar esas carnes, a penetrarla con mis dedos. Mi rostro se perdió entre sus piernas, quería devorarla entera. Como nunca lo había deseado; mientras la comía, yo me estimulaba. El placer era infinito. Fue entonces cuando Carmen me pidió buscar en su bolsa un dildo doble. Un artefacto con dos puntas suaves y redondeadas, y una botellita de lubricante de canela.
Lubriqué el dildo con la sustancia, y mientras ella me miraba con una sonrisa entre diabólica y cachonda, lo introduje entre mis piernas; la sensación era delirante; después me acerqué a Carmen, e introduje la otra punta en su sexo. Ella empujaba su pubis contra el mío haciendo del artefacto, el instrumento perfecto para causarnos placer simultáneo. Cada vez más rápido, cada vez más fuerte, ella gritaba, yo también. Nuestros cuerpos actuaban sin que ninguna de las dos tuviera control; estábamos entrelazadas, una frente a la otra; nuestros pubis bailaban, se tocaban, se mojaban hasta que, sin esperarlo, ambas alcanzamos el éxtasis total.
Un momento de silencio, después la desaté. Carmen rodó sobre mí, me besó los labios suavemente y me dijo al oído: “Ahora sí somos mejores amigas”.
Salimos de la habitación un par de horas después… Pero, se los confieso… muero de ganas de volver ahí.