Me llamo Maritza y trabajo como guía de turistas en la CDMX, tengo 28 años, y hablo inglés. Por mi trabajo, conozco a mucha gente de varios países; pero lo que me pasó esta vez es algo que quiero compartir con ustedes.
Me habían asignado un grupo de alemanes para darles un tour nocturno por Reforma; preparé la camioneta y me dirigí al Hotel a donde había que recoger a los turistas. Después de anunciarme en la recepción, apareció en el lobby un hombre alto y rubio, bastante guapo, con barba de tres días y esa actitud desenfadada muy característica de los extranjeros que llegan a la Ciudad, que se acercó a mí, e intentando hablar una mezcla de inglés con español, me dijo que estaba listo para el recorrido. Pensé que tal vez faltaban más personas por que generalmente los recorridos son con grupos de 8 a 20 turistas; pero después de checar con mi jefe, me enteré de que sólo sería una persona, así que me presenté y subimos a la camioneta.
Yo no sé hablar alemán, y mi turista no sabía hablar muy bien el inglés, así que como pude, le pregunté su nombre: Hanz; alemán, de 30 años; estaba de paseo por México y quería descubrir la Ciudad. No entendía muy bien lo que decía, pero su sonrisa me pareció encantadora, mientras el chofer conducía hacia Reforma, intentaba describirle los puntos importantes que íbamos pasando. Entonces me di cuenta que estaba más atento en mi escote, porque lo miraba fijamente, así que me sonrojé. Al llegar al Ángel de la Independencia, Hanz me preguntó si podíamos caminar un poco, así que el chofer se orilló y nos dejó bajar.
La noche estaba muy fresca y Hanz comenzó a tomar fotos de todo lo que se encontraba. Caminamos un rato sobre la avenida y yo intentaba describirle lo lindo de nuestra ciudad. Entonces nos sentamos unos minutos en una de las bancas de piedra para que él pudiera cambiar el lente de su cámara. De repente se quedó quieto, mirándome fijamente. Sonrió de nuevo y se acercó hacia mí. Me besó suavemente, “Me gustas”, dijo con ese acento que me gustó tanto, y la verdad es que yo no me quedé con las ganas de devolverle el beso. Sentados ahí a media avenida, me acercó hacia él y comenzó a besarme el cuello, a acariciar mis pechos; a tocar mis piernas… Hanz dijo “Necesitamos un lugar”, sin pensarlo dos veces, busqué en mi app Sixtynite el hotel más cercano y el chofer nos llevó hasta el lugar.
Entramos a la habitación, Hanz no me quitaba las manos de encima, me mordía por todos lados y pronunciaba palabras en alemán que no entendía. Tan rápido como pudimos nos quitamos la ropa de encima; su playera salió volando y también su pantalón. No llevaba ropa interior, y dejó al descubierto ese enorme, apetitoso e increíble miembro. Lo aventé sobre la cama, me puse de rodillas y lo comencé a besar. Su calor, su firmeza… lo devoré despacio, saboreando cada milímetro; él cerró los ojos y se dejó descansar sobre la cama. Un poco después se inclinó hacia mí, me apartó bruscamente y me arrojó sobre la cama; separó mis piernas; sonrió y se perdió entre mi humedad. Seguía diciendo cosas en su idioma, ambos estábamos gozando tanto. Comenzaba a acercarme al cielo cuando Hanz se detuvo, con la mirada me indicó que me era hora de ponerse de pie y me llevó hasta el Potro del amor que había en la habitación. Se sentó y después hizo que yo me sentara sobre él, marcaba el ritmo con el que mis caderas se movían, me controlaba con sus grandes manos; jugaba con mis pezones; mordía mi espalda; era un verdadero placer ser penetrada por alguien así; tan entregado, tan preocupado por mi placer. Sin intercambiar más palabras, me inclinó contra el potro, se puso de pie y continuó dándome placer; su cuerpo entero se frotaba contra mí, acariciaba mis caderas, se movía primero despacio y después más lento. Parecía todo un experto.
Entonces comenzó a hablar, su voz ronca decía frases en alemán que hacían que mi piel se erizaba; volvió a darme la vuelta y quedamos frente a frente; podía mirarlo a los ojos, podía sentirlo tan duro dentro de mí… me besaba lleno de pasión, me mordía los labios, me apretaba fuerte. Era todo un animal; más despacio cada vez, podía sentirlo dentro de mí y después de nuevo fuera… estaba a punto de llegar, pero en vez de seguir, se detuvo despacio y me preguntó: “¿Estás lista?”, ¡No lo podía creer! ¡Sólo quería hacerme disfrutar! Sus palabras surtieron efecto en mí, y tuve el placer más exquisito que jamás había experimentado. Mientras yo alcanzaba el cielo, él se excitó mucho más, y estalló dentro de mí… Fue delicioso…
Dormitamos un rato; nos dimos una ducha, me pidió que le diera mi número, y le llamamos al chofer para que fuera por nosotros… Tenía que despedirse por esa noche y yo no insistí en que se quedara conmigo; pero… ¿adivinen qué?… Después volvió a llamarme, y esta semana volamos juntos a Alemania, porque ahora es su turno de mostrarme su ciudad.