Mi nombre es Jorge, acabo de mudarme a un nuevo departamento en una zona transitada y colorida; fue justo aquí donde me ocurrió lo que les quiero contar:
Vivo solo y me toca hacerme cargo de las tareas diarias. Un día de tantos, cuando me dispuse a lavar mi ropa en esa azotea común de mi edificio, me encontré a unos metros con una mujer de las que les tengo que hablar…
Era morena, joven, atlética… guapísima… y también se disponía a lavar su ropa; cuando se dio cuenta de que la observaba impactado porque no esperaba ver algo así allá arriba, me miró con una sonrisa coqueta, y respondí de la misma manera.
La verdad es que no lo pensé dos veces y me acerqué hasta donde ella se encontraba, comenzaba a extender su ropita tan sensual sobre esos clásicos lavaderos de piedra.
Mi corazón comenzaba a acelerarse. Mientras, ella continuaba lavando con una cierta inclinación, mostrando esas caderas que me hipnotizaban al vaivén del ritmo con que tallaba sus prendas… como invitándome a esa cadencia.
No pensé nada, fueron mis impulsos o mi instinto animal, pero algo hizo que tocara su espalda y entonces ella reaccionó muy coqueta. Sin dejar pasar ni un segundo más, la tomé con mis brazos tocando sus ricos y firmes senos; le besé el cuello, la fuerza de atracción era inevitable entre nosotros…
Bajé mi mano entre sus piernas, ella estaba mojada y por cierto: ¡totalmente depilada! Hice a un lado ese pequeño bikini, levanté su falda, me bajé el pantalón y la penetré con todas mis fuerzas.
La sentía apretadita, caliente y mojada… ella permanecía recargada en el lavadero mientras yo la penetraba una y otra vez sin poder dejar de acariciar sus ricas nalgas. La blusa que llevaba puesta se mojó con la espuma que había sobre el lavadero y cuando volteaba a verme con una suculenta sonrisa de satisfacción, podía alcanzar a ver ese delicioso par de senos.
Mientras le daba riquísimo, fuerte… mientras la nalgueaba y se la metía más y más, ella gemía de placer; sentía su ricura palpitar sobre mi miembro… y me decía sin parar: ¡Así, así!
Metí mis dedos entre sus piernas; estaba tan húmeda, tan excitada… y comenzó a frotar sus nalgas contra mí… estaba a punto de terminar, cuando sus gritos inundaron el silencio de esa mañana en la azotea, poniéndome aún más caliente: ¡Así, así…! ¡Dale así!… le di lo que me pedía; sus gemidos y su respiración se intensificaron y al ritmo de su placer; terminamos juntos… dejó escapar un gemido largo, suave e intenso y mientras le dejaba hasta lo último de mí, la tomé fuerte con mis brazos hasta que abrió los ojos.
Me subí el pantalón, ella se acomodó el bikini y ambos nos miramos con una gran sonrisa empapada de placer. Cuando le pregunté su nombre, sólo me respondió: “soy tu vecina…”
Desde entonces, mi ropa nunca ha estado más limpia…