Conocí a Katia en un bar. Estaba sentada en una de las bancas de la barra, disfrutando sensual de una de esas bebidas de colores exóticos. Desde que llegué no pude quitarle los ojos de encima. Llevaba una falda corta de piel negra, y una blusita ajustada que dejaba al descubierto su espalda. Platicaba con dos amigas, y sonreía. Todo el mundo observaba a esa impresionante mujer morena.
Después de un rato, se levantó de la barra y comenzó a bailar. Sus caderas se movían de un lado a otro, elevaba los brazos, cerraba los ojos. Estaba disfrutando como nunca de ese momento, así que no pude evitar acercarme a ella. Le ofrecí una bebida, ella sólo me miró y comenzó a bailar conmigo sin dejar de mirarme fijamente. Su cuerpo era delicioso. Fina y delgada, con un par de muslos que se asomaban a cada movimiento y esa falda que amenazaba con dejar de cubrir ese deseable par de nalgas.
Había poca luz en el lugar y Katia se acercaba cada vez más a mí. No voy a negarlo, era excitante; cuando Katia se dio cuenta de que me tenía en sus redes, sonrió y me besó. Su lengua jugó con la mía, mordió mis labios, deslizó sus manos por todo mi cuerpo. Comencé a sentirme abrumada. Era la primera vez que me sentía tan atraída por una chica. Por fortuna no había nadie que me observara. Entre la música, el alcohol corriendo por nuestras venas y el ritmo tan sensual con el que ambas nos movíamos, Katia finalmente abrió la boca y me dijo: “¿Qué te parece si buscamos un lugar más… privado?”.
Fue entonces cuando Sixtynite me sugirió el Hotel Revolución como la mejor opción. Pedimos un taxi, y nos dirigimos al Hotel. Katia no podía quitarme las manos de encima, acariciaba mis piernas, lamía mi cuello. El chofer nos miraba por el espejo retrovisor.
Cuando por fin llegamos, Katia brincó hasta la enorme King Size al centro de la habitación, desde donde me miró traviesa. “No tengas miedo, no voy a hacerte nada que no te guste”. Encendió el equipo de sonido y caminó hacia el tubo para pole dance. Su mirada era sucia, se mordía los labios y dejaba que la música guiara sus movimientos. Yo estaba húmeda, nerviosa, quería acercarme a ella, pero al mismo tiempo deseaba que se siguiera moviendo así. Lentamente fue deshaciéndose de su ropa, primero la diminuta falda, después el top. Su cuerpo quedó al descubierto luciendo tan sólo un delicado conjunto negro de lencería. “Ven, quítamelo con la boca” me ordenó juguetona, así que yo obedecí. Me arrodillé frente a ella y suavemente bajé esa pequeña tanga de encaje. Mis manos subieron por sus firmes muslos, su piel era suave, tibia. Sin poder evitarlo, sentí el deseo de probarla. Primero besé su vientre, acaricié su abdomen, sentí su sexo ardiente y mi lengua siguió el camino hasta él. La lamí primero muy lento. Katia dejaba escapar unos sexies gemidos que me ponían la piel de gallina. “Más, así…”, repetía. Después me arrojó sobre la cama e hizo lo mismo conmigo, me comió entera. Mi cuerpo experimentaba un placer totalmente nuevo y mi mente volaba. Era la primera vez que estaba con una chica. Ella era riquísima. Sus manos apretaban mis senos, recorrían mi espalda. Sus dedos estimulaban mi clítoris hasta hacerme gritar de placer.
Entonces Katia sacó de su pequeña cartera un pequeño instrumento que parecía una balita de plata. Oprimió un pequeño botón y comenzó a vibrar. Lo colocó entre mis piernas mientras me besaba apasionadamente. Mis pezones rozaban los suyos, todo su cuerpo se frotaba contra el mío. Me mordía, me penetraba con sus dedos. Me tomaba salvaje pero tierna y yo estaba al borde del éxtasis. Fue entonces cuando se detuvo, rodó de nuevo hasta mis piernas, las separó, me besó desde las pantorrillas hasta donde terminan mis muslos, y con suaves besos me llevó hasta el éxtasis una y otra y otra vez mientras ella se estimulaba con la bala y gemía, gritaba, reía.
Yo repetía cada una de las caricias que me daba y Katia disfrutaba tanto… La boca abierta, los labios inflamados de tanto besarme. Mi lengua se movía velozmente rozando toda su deliciosa feminidad, sus dedos acariciaban la mía sin detenerse y fue entonces cuando las dos alcanzamos el placer al mismo tiempo. Nuestros cuerpos temblaron, la piel erizada, los ojos cerrados. Nunca, nunca había conocido tanta pasión.
Dormimos abrazadas sin decir nada. A la mañana siguiente Katia me despertó con un beso y me dijo su nombre. Al menos una vez a la semana, quedamos de vernos para visitar nuevamente el Hotel Revolución.