He estado leyendo su blog y veo que tienen relatos bien subidos de tono. Yo creía que eran inventados, pero hace poquito me pasó algo que les tengo que contar.
Vivo con mi roomate en la ciudad y hace una semana, mi amiga tuvo que ir a urgencias por una apendicitis. Cirugía inmediata. Como sólo me conoce a mí, me tocó acampar en el hospital.
Enfermeras yendo y viniendo, doctores y doctoras checando a los pacientes; y en una de esas, a Clau (mi roomate) un joven doc con acento norteño y un par de ojos hermosos, de apellido Montiel.
El doc Montiel se presentó con nosotras y nos explicó de qué iba el procedimiento. Después nos dijo que si necesitábamos algo, no dudáramos en buscarlo.
Por la noche, Clau sentía mucho dolor y tuve que ir a buscar al Doctor Montiel, para que autorizara que le dieran algún analgésico. Lo encontré recostado en la residencia, con carita de sueño, y una sonrisa encantadora. Tan pronto como me vio parada a la entrada de la habitación, me pidió que pasara.
Mientras le explicaba que Claudia estaba muy molesta, él me miraba de arriba a abajo.
Después de pedirle a una enfermera que pasaba, que le aplicara medicamentos a Clau; el doc se acercó un poco hacia donde yo estaba y me pidió tomar asiento en uno de los reposeat de la residencia. La luz era tenue, todo estaba en silencio. Entonces él caminó hacia mí. Suavemente cerró la puerta de la residencia y sonrió de nuevo. Así de cerca, de pie frente a mí, pude observarlo mejor.
Era alto, de muy buen cuerpo. Se quitó la bata y la dejó sobre el sillón, entonces pude ver sus antebrazos masculinos cubiertos de un ligero vello que lo hacía lucir mucho más sensual.
“Debes estar muy cansada”, me dijo de repente mientras caminaba hacia atrás del reposeat y daba masaje a mis hombros. “Has sido una muy buena amiga y mereces una recompensa”. Yo estaba con el corazón latiendo a mil por hora, porque además de ser un hombre muy guapo, una de mis fantasías siempre había sido hacerlo en un hospital… con un murmullo en el oído, el doctor me pidió quitarme la ropa. Lo obedecí sin poner resistencia. Se arrodilló frente a mí, separó mis piernas, me besó de la punta de los pies hasta mi humedad, y su lengua comenzó a hacer maravillas. Primero suave, como si estuviera disfrutando de un helado, después más rápido. Su lengua se deslizaba de la manera más exquisita y yo intentaba no gemir para que no nos descubrieran. Me tenía al borde de la locura.
Supo cuando detenerse, y con sus manos, guió mi boca hasta su durísima, exquisita y abundante excitación. Saborearlo fue todo un sueño. Su tibieza me invadía, mientras acariciaba mi cabello, podía sentir lo mucho que le gustaba lo que sucedía.
Entonces me tomó de la mano y me pidió detenerme. Con ternura me recostó sobre el otro sillón, y pude sentir su cuerpo entero sobre el mío. Una descarga eléctrica me recorrió entera cuando me penetró, y con ansias comenzó a hacerme suya. Me besaba el cuello, jugaba con mis pezones. Sonreía. Podía sentir su firmeza tan dentro de mí. Verdaderamente delicioso.
“¿Te gusta? Quiero que disfrutes”, me decía y cada vez que escuchaba su voz me humedecía aún más. Deslicé mis manos por su espalda, sobre sus nalgas, mordía sus hombros, lo besaba intensamente hasta que juntos, llegamos al clímax.
Suspiró, cerró los ojos y me regaló un beso largo y suave. Dormimos abrazados un rato, hasta que el ruido de las enfermeras del turno de la mañana nos despertó. Entonces salí con toda discreción de la residencia para ver cómo estaba Clau.
Más tarde, nos avisaron que su cirugía ya estaba programada para ese mismo día, y, para mi sorpresa, el Dr. Montiel hizo una discreta aparición para dejarme su número de teléfono en una pequeña receta que decía: “Tómese cuando lo necesite”.
Y bueno, yo lo sigo tomando tal y como me lo recetó el doctor. ?