Hola amigos de Sixtynite. Me llamo David; vivo en CDMX y hace no mucho tiempo comencé a tomar clases de yoga. No me encantaba el asunto de acomodarme en posiciones extrañas, pero mis amigos me dijeron que ir a esas clases era una oportunidad única de conocer a alguien que me enseñara a hacer las cosas bien…
Me apunté a un curso cerca de casa, y cuando llegó la instructora no pude creer que tuviera tan buena suerte. Era una argentina alta de cuerpo muy atlético; músculos firmes, sonrisa agradable… llevaba unos leggins súper ajustados y un top de tirantes que, no por nada, pero me alinearon los chacras al instante. Las primeras dos clases todo fue muy normal. La instructora, de nombre Analía se acercaba a ayudarme con el equilibrio, a decirme cómo respirar… sus manos se deslizaban por mi abdomen y mi espalda… eso me volvía loco. Pero tenía que disimular… ya saben… uno tiene que ir a esas clases con ropa deportiva, y todo se nota…
A la tercera clase, Analía nos estaba enseñando la postura de la rueda. Ya saben, la cabeza hacia atrás, el torso arqueado… por más que intentaba, no lograba concentrarme pues no dejaba de mirar el delicioso cuerpo de mi instructora. Mientras ella iba de un lado a otro del salón dando indicaciones, yo sólo me imaginaba todas las posiciones en las que podría darle… cariño… Al terminar la clase me dijo que si tenía cinco minutos para hablar; y mientras todos los demás salían, yo me quedé sentado en mi tapete, esperando a que Analía se acercara a mí. Quedamos solos en el salón, ella cerró la puerta con seguro y caminó lentamente hasta quedar de pie frente a mí. Podía imaginarme lo firme de sus nalgas, lo rico de sus pechos que se transparentaban por su top color rosa claro… “David – me dijo muy seria – creo que no te estás concentrando. Y el yoga es un asunto de mucha concentración. Estaba pensando si acaso te interesa que te de clases privadas…” Obviamente dije que sí; y me sorprendí cuando Analía dijo que podíamos comenzar en ese preciso momento.
Me pidió que cerrara los ojos, puso sus manos sobre mis hombros y lenta y suavemente comenzó a hablar sobre “dejarse ir” … su voz me resultaba sensual. Mi piel comenzó a erizarse. Mientras Analía me pedía que me relajara, sus redondos pechos hicieron presión contra mi espalda. Podía sentirlos tan suaves… moría de ganas de tenerlos en mis manos. Entonces me pidió que la observara para que pudiera repetir las mismas posturas. Muy despacio se recostó sobre el piso y fue arqueando su espalda hasta dejar muy claro cómo era la postura de la rueda. Entonces me pidió que la ayudara a sostener el peso de su espalda. Me puse de pie; mis manos alrededor de su fina cintura; sentirla tan cerca, entre mis manos me causó una erección. Ella se dio cuenta y me dijo “No te preocupes, es natural” … sonriendo, levantó una de sus manos con las que se estaba apoyando y me acarició por sobre la ropa. Sostuvo fuerte mi miembro. Al sentirla la levanté fuerte y la abracé. Comencé a besar sus labios, su cuello, bajé los tirantes de su top y sus senos quedaron al descubierto. Tan grandes, tan redondos. Inmediatamente clavé mi cara entre ellos, los apreté con mis manos y comencé a lamer sus pezones. Analía lo estaba disfrutando pues comenzó a estimularme cada vez con más ritmo. “Vamos a practicar la postura de flor de loto, quítate la ropa”. Mientras yo quedaba desnudo, ella retiraba sensual sus prendas, dejando al descubierto una riquísima tanga negra que se perdía entre sus nalgas. Me acomodé en la postura indicada, y ella se colocó sobre mí. Con agilidad y ligereza hizo que la penetrara. Sus piernas me rodearon sin esfuerzo. Se movía despacio, dejando todo su cuerpo sobre mí. Yo la tomaba fuerte por las nalgas, me enloquecía su cuerpo. Analía me decía despacio que respirara, lento, con calma… “Concéntrate”. Esa postura fue sólo el inicio de todo un maravilloso viaje trascendental.
La siguiente postura fue la Cobra. Esa mujer tenía una flexibilidad maravillosa. Se recostó sobre el suelo, boca abajo, y lentamente sus nalgas se fueron elevando hasta quedar a la altura de mi cara. “¿Eres vegano? – preguntó”, negué con la cabeza y ordenó: “Entonces come”. Sin poderme negar a tal banquete, recorrí con mi lengua el sabor de su pubis. Estaba totalmente depilada así que la vista era riquísima. Mi lengua la hacía estremecer. Me aferré muy fuerte a sus nalgas, con mis dedos la estimulaba así que ella comenzó a hacer descender su cadera; “Ayúdame” … sin mayor instrucción me coloqué detrás de ella; la tomé suavemente y la volví a penetrar mientras Analía echaba la cabeza hacia atrás. Se movía hacia adelante, después hacia mí. Yo no tenía que hacer nada salvo disfrutar de ese momento inolvidable… Estaba riquísima. Sus pechos rebotaban entre mis manos; gemía suave, sabía perfectamente lo que estaba haciendo. Sus músculos me apretaban riquísimo… ya saben qué cosa… era como recibir un masaje y estar a punto de terminar… Analía sabía cómo dar placer; yo quería tomarla cada vez con más fuerza, pero seguía repitiendo “Despacio, respira, concéntrate” … Ella gemía muy despacio y cada vez que lo hacía, mi erección se hacía cada vez más dura… Hay una postura que se llama el Sofá de Visnú… Una pierna recta sobre el suelo y la otra levantada en ángulo recto… Bueno… lo tengo que decir. Analía volvió a cambiar de posición; se acomodó sobre el enorme tapete y levantó su pierna tan alto, que no pude hacer otra cosa sino correr a comerla de nuevo. Sólo me dejó hacerlo un poco, antes de decir: “Yo soy vegana, pero hoy haré algo diferente” entonces tomó mi miembro entre sus manos y lo puso dentro de su boca. Comenzó a comerlo entero. Recorrió con su lengua de la base hasta la punta; lo chupaba vorazmente, sonreía. Yo estaba a punto de terminar; volvió a lamerlo un par de veces más, y retomó la postura del sofá. Volví a penetrarla, ahora sí con todo lo que tenía. Veía sus senos, su rostro lleno de placer, sus ojos cerrados; sus manos se aferraban a mis brazos. Entonces un grito ahogado escapó de su garganta; y sentí cómo su humedad se derramaba sobre mí. Su calor, el modo en que masajeaba mi miembro surtieron efecto, y terminé con un fuerte: “Ahhhhhh”. Analía sonrío. Lentamente se incorporó. Me besó suave en los labios y me dijo: “Te felicito. Tal vez en la próxima lección podamos probar nuevas posturas” …
¿Qué les digo? El yoga cambió mi vida, y esas lecciones privadas me han hecho muy muy feliz. 😉