A veces, sólo a veces, uno se merece darse trato de rey y disfrutar hasta no poder más. Pues eso fue lo que me pasó el finde pasado, y es la razón por la cual les escribo esto. Me llamo Ricardo, tengo 35 años y la verdad me gusta mucho bailar; así que no es raro que me ponga mis mejores galas y salga a los mejores salones de baile de la zona de Iztapalapa, a sacarle brillo a la pista.
Pues, así como les digo, el sábadito ya tenía sabor a noche y yo había llegado a bailar a mi lugar favorito; después de un par de piezas con unas chicas que generalmente me encuentro en ese lugar, me acerqué a la barra a pedir un trago para refrescarme, y entonces la música comenzó a sonar de nuevo; ahí, al centro de la pista, apareció una morenita como hecha a mano, enfundada en un vestido de flecos color plateado, lista para mover ese cuerpecito al son que le pusieran. Todos los ojos se posaron sobre ella, y como ya sabía que era cuestión de segundos para que alguien se le acercara a invitarla a bailar, me deslicé velozmente hasta la pista y con una pose galante, le extendí la mano y le pregunté: “¿Me podría usted conceder esta pieza?”; pues la muñequita accedió, y bailó conmigo, moviéndose ligera como una pluma, pero con la gracia de quien lleva la música por dentro; bailamos una y otra y otra pieza más, hasta que sus mejillas comenzaron a sonrojarse y me pidió algo de beber. La llevé tomada por la cintura hasta la barra, y ordené un trago para ella. Pasamos la noche sin conversar mucho, nuestros cuerpos se estaban entendiendo y era todo lo que necesitábamos. Pronto, la gente comenzó a abandonar el lugar, la mañana había llegado y era momento de partir.
Pero yo no quería despedirme de tan impresionante bailarina, no así…Antes de que yo le dijera cualquier cosa, ella me sugirió que fuéramos a algún lugar más privado, ahora sí para “platicar”. Ni tardo ni perezoso busqué en Sixtynite un hotelito cercano, pedimos un taxi y pronto, nos encontramos en extravagante Motel O’Gavilán.
La intención era impresionar a mi nueva amiguita, así que la opción fue sumergirnos en la placentera Suite Vapor. Para nuestra sorpresa, ahí, en un rinconcito de la habitación, había un Tubo para Pole Dance rodeado de un comodísimo sillón… “Ponte cómodo, Ricardo… déjame enseñarte unos pasitos de “baile” … Ella caminó hacia el Tubo, buscó musiquita cachonda y le dio play al equipo de sonido. Entonces me regaló una sesión caliente de pasitos de baile, que me tenían embobado… conforme la música iba sonando, esa mujer impresionante se iba despidiendo de su vestido, hasta quedar desnuda… ¡no llevaba ropa interior!
Con su dedito y una sonrisa me indicó que me acercara, estaba sentado en el sillón y quedaba justo a la altura de sus rodillas; entonces esta chica deliciosa reposó sus piernas sobre mis hombros y me ordenó que la llevara al Potro del Amor. La dejé ponerse cómoda, y lo que hizo fue delicioso: Se recargó sobre el potro, levantó la cadera y sonrío. Sus caderas eran más que seductoras, ella seguía moviéndose al ritmo de la música, y me ordenó que me quitara la ropa. Ya para ese momento, yo traía una erección enorme, que la hizo sonreír aún más. Me pidió que le diera una nalgada, luego otra y otra más, que la tomara por el cabello y la hiciera mía.
Y yo que soy tan caballeroso, le di todo lo que me pidió. La senté de frente a mí, y cuando finalmente la tuve bien… “acomodada”, dejó escapar un grito de placer que no se compara con nada. Su cabello enredado la hacía ver tan sensual… que sólo se me ocurría tomarla hasta dejarla rendida. La llevé cargando hasta la cama, la mordí de arriba abajo, la puse en 4 y le seguí dando hasta que ya no pude más y terminé sobre ella, quien levantaba más y más su cadera para recibir todo.
Después nos relajamos un poco en el delicioso vapor de la habitación, y descansamos un poco más. Antes de despedirnos, le pregunté su nombre: “Dime como quieras” … y fue así, como esa noche increíble, conocí a Palomita, en el Motel O´Gavilán.