Siempre que leía un relato erótico, quedaba casi segura de que se los inventaban; pero lo que me pasó este fin de semana me hace pensar que había vivido equivocada.
Por mi trabajo tengo que visitar muchos “Pueblos Mágicos” y me la pasó fuera de casa mucho tiempo. Esta ocasión no fue diferente.
Tuve que ir a un pueblecito olvidado “muy cerca de la ciudad”. La ida no fue problemática, pero el regreso… fue inolvidable.
En este pueblito no existe una terminal como tal, sino que todos los autobuses pasan por la calle principal en distintos horarios. Yo no sabía que el autobús que me llevaría a casa había dejado de pasar hacía dos horas… y tuve que preguntar a uno y otro chofer si alguien podía llevarme hacia la terminal más próxima.
Un chofer al final se compadeció de mí y me acercó a otro pueblo, en donde podría alcanzar a tomar un autobús.
Después de un trayecto de hora y media entre lugares inhóspitos, se orilló y me mostró que más adelante estaba un autobús. Tenía que abordar para llegar a mi destino.
No lo pensé dos veces y bajé corriendo hasta el otro autobús. Tan pronto como subí, pude darme cuenta que iba casi vacío. Así que caminé un tanto temerosa hasta la parte trasera y ocupé un asiento
Estaba cansada, hambrienta, incluso un tanto asustada y moría de ganas por llegar a casa. Además hacía un frío infernal. Entonces comencé a tiritar. Una mano extendió una chamarra gruesa hacia mi.
Cuando levanté la vista pude ver que se trataba de un apuesto hombre de rostro barbado y cabello negro, rizado, que estaba sentado en la fila delantera y me observaba.
“Úsala” me dijo con un acento europeo y yo le agradecí infinitamente. Intenté acurrucarme cuando brincó hacia el asiento a mi lado.
“Me llamo Carlo, vengo de Sicilia. ¿Qué hace una chica como tú, sola, en estos lugares?”. Tan pronto como le platiqué mi historia, me dijo que debía descansar, y me ofreció su regazo para reposar más cómodamente.
Supongo que debió agradarle mucho el tenerme cerca, por que en breve, pude notar como un bulto se marcaba bajo sus jeans… muy cerca de mi cara… como ya les dije, Carlo era muy guapo, y yo tenía un poquito de frío, así que decidí entrar en calor.
Lentamente comencé a acariciar el muslo de Carlo, primero no dijo nada, pero cuando se volvió imposible esconder lo mucho que lo estaba prendiendo, sólo me preguntó: “¿Quieres?”. Le dije que sí y dejó salir de entre sus jeans su inmenso, caliente y apetecible miembro.
No pude evitarlo. Tan pronto como lo ví, tuve que tomarlo entre mis manos. Pude sentir su calor y escuché que Carlo respiraba y liberaba un suave gemido de placer. Estimularlo me excitó muchísimo. Suavemente comencé a juguetear con mi lengua desde la base hasta la punta de todo eso. Carlo echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
Fue un placer inmenso saborearlo. Tenerlo entre mis manos, sentirlo vibrar… Carlo respiraba cada vez más rápido y me pidió que me detuviera. Sin decir mayor palabra, me recostó sobre la fila de asientos, me desabotonó el pantalón y lo bajó tiernamente. “Me parece que ésto podría gustarte” y de inmediato pude sentir su lengua entre la humedad de mis piernas.
Me probaba con apetito, me disfrutaba, y mientras él comía de mí como si hubiera tenido hambre por siempre, yo estaba a punto de estallar en gritos de placer. ¡Carlo era un verdadero experto!
Las cosas estaban súper intensas, yo temblaba de las delicias que me hacía, me guiñó el ojo, se montó sobre mí y me penetró de la manera más rica que me haya podido imaginar.
Parecía un simple misionero, que sin duda se transformó en un éxtasis inmediato pues Carlo se movía dentro de mí con ritmo, luego con fuerza…
Nunca nadie me había hecho gozar tanto como ese extraño guapísimo del autobús solitario.
Yo alcancé el gozo total más de tres veces, Carlo vibró y dejó su tibio cuerpo reposar sobre mí hasta que llegamos a la Ciudad.
Sonreímos, nos despedimos, y cada quién se dirigió a su destino.
No lo he vuelto a ver, pero no pierdo la esperanza de volver a encontrarme al guapo Carlo en uno de mis viajes fuera de la ciudad.